Para emprender esta investigación fue necesario el aporte de varias disciplinas, para analizar los epitafios de modo complejo e integral, atravesadas por la relación muerte-lenguaje-cultura-comunicación, desde donde se ubica este trabajo. El concepto de géneros cortos sirve en esta investigación como ruta para abordar los epitafios, pues allí se inscriben, y particularmente se sitúa el fenómeno tratado.
En esa vía, una perspectiva epistemológica que sirve como punto de partida es la literaria. Antonio Rodríguez Almodóvar hace una reflexión sobre la importancia de los géneros menores en la literatura oral, en su obra Del hueso de una aceituna (2010). Propone los conceptos de géneros extinguidos, activos, tradicionales, con acompañamientos musicales y breves. Aunque su estudio se basa fundamentalmente en géneros orales, sirve también para aplicarlo en el grafiti, el epitafio, las dedicatorias o el chat, más urbanos, pero no menos folclóricos y vitales, pues se han instalado en la memoria colectiva hasta convertirse —como los epitafios— en representación de la muerte y del duelo.
Por su parte, Josefina Guzmán Díaz ofrece una perspectiva lingüística en su libro Los géneros cortos y su tipología en la oralidad (2004). Aborda los refranes, los proverbios, los albures y los eslóganes que, junto con las consignas y los lemas, constituyen modos discursivos de gran interés. En la literatura han tenido importancia otras composiciones breves que lamentan amores y pérdidas, llamadas elegías o endechas, así como los epitalamios, contrarios a los alegres y celebrantes epigramas festivos o satíricos. El epitafio está relacionado con una tendencia cultural o calificador genérico, que también se refiere a las formas de asumir el duelo, la muerte y la socialización de los sujetos.
Las lápidas se pueden considerar como textos con intención comunicativa para dos tipos de destinatarios: uno, quien mira y lee la lápida; otro, la persona fallecida, cuyos restos descansan allí. Esto produce un esquema distinto al de la comunicación cotidiana entre vivos. Aquí encontramos dos modificaciones importantes en los procesos de comunicación con un oyente: 1) la persona a quien va dirigido el mensaje no puede responder —por lo menos no de la manera como una persona viva respondería—, y 2) se deja el mensaje en un sitio público, en el cual es evidente que un sinnúmero de personas lo verán y leerán. Si bien la lápida sirve como identificación del sitio de la tumba, también personaliza el lugar: ya no es una tumba más, es la tumba de “mi madre”, “nuestra hija”, “mi esposo”.
Los epitafios son de dos clases: el primero y más común es el prefabricado, sugerido por el fabricante de la lápida, quien ofrece un repertorio de mensajes que los dolientes escogen según su relación con el difunto: hay para madres, abuelas, hijos, esposos, hermanos, etc.; el segundo es el que compone el doliente o manda escribir en la lápida. En dicha inscripción, generalmente se expresa la esperanza en una vida feliz en el más allá, la permanencia de la persona muerta en el recuerdo de los vivos y la seguridad de encontrarse con ella en el futuro.
En Colombia, la personalización de las tumbas se da principalmente en las ciudades pequeñas y en los pueblos, y se opone a la despersonalización de los llamados parques cementerio de las grandes ciudades. Estos cementerios modernos niegan de manera sistemática toda posibilidad de expresión personal en el diseño de las lápidas o en su decoración. Tal despersonalización es parte de una tendencia general, en la cual la muerte se niega, se esconde, y se saca de lo cotidiano. La muerte acaba convirtiéndose en un evento social incómodo, en el que mostrar emociones fuertes o expresiones de duelo ruidosas es de “mal gusto”.
Al estudiar los epitafios como formas de comunicación y al entender el lenguaje como forjador de realidades, se concibe la cultura como “una trama de signos o urdimbre de significados que el hombre teje y desteje y que se encuentra en inquietante movilidad, porque el hombre la interpreta y significa” (Geertz,2003, p. 25). Entonces, la cultura de la muerte, igual que la realidad social de lo fúnebre, es resultado de una cadena de símbolos creada por los sujetos en las lápidas de sus muertos, que constituye un modo de comunicación construido por las sociedades en un tiempo y un espacio particulares y en permanente dinamismo.
Resultados
En la investigación se visitaron los cementerios de varias ciudades del país. En Bogotá: Matatigres, Central, del Norte, Jardines del Apogeo y Bosa; en Bucaramanga: Universal Arquidiocesano Católico y el de los masones; en Barranquilla: Universal y de Manga; en Cartagena: Jardines de Cartagena; en Medellín: Museo de San Pedro; y los de Tunja, Quibdó y Carmen de Apicalá (Tolima). Estas visitas tuvieron como fin la recopilación de los epitafios y la toma fotográfica de las lápidas, con el fin de describir algunos elementos del lenguaje fúnebre colombiano. Ello se refleja en el video‐documental La poesía del adiós, resultado importante de esta investigación.
Características de epitafios
Autoría. En la mayoría de los casos, los mensajes de las lápidas están firmados por familiares o amigos; en los textos en primera persona se presume que fueron escritos en vida por el fallecido o, simplemente, si es en tercera persona se infiere que lo escribió un amigo o un familiar.
Permanencia. Los epitafios son de larga duración y se convierten en la marca de identidad del fallecido en los cementerios; a diferencia, por ejemplo, del grafiti, que no tiene garantía de permanencia, los epitafios sí, porque no nacen ni surgen en la clandestinidad.
Afectividad. Cuando se presenta en el epitafio, refleja la relación amorosa con el fallecido; así lo muestran elementos como el uso del diminutivo o de palabras como “querido”, “amado”, “adorado”, y el empleo de hipocorísticos y apodos.
Brevedad. La mayoría de los epitafios son breves y pretenden decir mucho en pocas líneas; realmente, son pocos los mensajes largos encontrados.
Tipología
Los epitafios pueden ser individuales o colectivos, según la disposición de las tumbas, pues hay algunas en forma de mausoleos, que agrupan varios fallecidos y se caracterizan en muchos casos por contener leyendas para todos los que allí reposan. Sin embargo, la mayoría de las notas fúnebres son individuales y corresponden a sujetos con quienes se tuvo una relación consanguínea y afectiva específica, como se puede leer a continuación.
Humorísticos. Paradójicamente, algunos epitafios tienen como propósito caricaturizar o arrancar una carcajada a quien lo lee: “Cuidado me pisan”, “Por fin duerme sola”.
Literarios. Recurren al lenguaje tropológico y pretenden generar un efecto estético, aunque en este caso muchos tienen un contenido poético porque la escritura se convierte en un medio para elaborar el duelo: “No tuve tiempo de decirles adiós porque la prisa del viento fue más rápida que mis deseos” (Cementerio del Norte, Bogotá).
Deportivos. Hacen alusión directa al fútbol u otro deporte. En Bogotá, la mayoría de las inscripciones fúnebres de este tipo tiene que ver con hinchas de diferentes equipos capitalinos, asesinados por móviles asociados a lo futbolístico y muchas veces miembros de las denominadas barras bravas: “En cualquier lugar que nos sorprenda la muerte, bienvenida sea. Hasta siempre comandante” (Cementerio del Norte).
Observaciones finales
En primer lugar, resulta significativo considerar los epitafios como géneros discursivos cortos que contienen elementos de orden cultural, lingüístico, literario y fúnebre. En Bogotá, la mayor proporción de estos se encuentra en cementerios populares, pues en los cementerios más opulentos se da un proceso de despersonalización del fallecido y de anulación del epitafio como inscripción fúnebre, pues en muchos de estos las marcas o leyendas de las lápidas han ido desapareciendo, mientras que en los cementerios populares estos se constituyen en una manera de revivir el fallecido, lo que permite a la familia realizar los ritos correspondientes y el duelo, de manera más explícita. De este modo, los epitafios en los cementerios bogotanos pueden ser un punto de partida para entender el fenómeno de la muerte, tomando como referencia las leyendas de las lápidas y teniendo en cuenta, incluso, el negocio que existe alrededor de estas y de la elaboración de los epitafios.
En segundo lugar, el lenguaje de las lápidas no se restringe solo a lo meramente textual, sino que está enriquecido con símbolos que acompañan los escritos y que, de igual manera, ayudan a fortalecer la representación de los discursos del duelo.
Guzmán D., J. (2005). La muerte viva en México: Refrán, memoria, cultura y argumentación en situación comunicativa. Revista Estudios de Lingüística Aplicada, 23(42), 33-56.